Las hadas tenían que ser dulces todo el tiempo. Y pulcras. Comían tarta sin dejar migas por todas partes, bebían té sin derramarlo. En sus vestidos no podía verse jamás ninguna mancha o rastro de suciedad. Con sus voces acarameladas contaban las más tiernas historias, y daban toquecitos con sus varitas mágicas aquí y allá. Rosamaría pensaba que las hadas eran aburridísimas. Y lo peor de todo es que era una de ellas.
Una historia sobre la independencia y el respeto ilustrada por Carll Cneut con una mezcla de acrílicos, pasteles y ceras, donde predominan las variantes de los colores rojo y rosa.