Desde el siglo XI el destino de Sevilla quedó unido para siempre al de su Alcázar, una fortaleza creada para proteger la ciudad ubicada a orillas del Guadalquivir y albergar la residencia del rey musulmán, convirtiéndose con ello en la capital administrativa de los reinos de taifas.
La ciudad y su alcázar han evolucionado a la par, con las intervenciones que realizaron cada uno de los monarcas que vivieron dentro de sus muros y que admiraron y respetaron lo construido por sus antecesores.
Gestoso y Pérez nos relata esta historia y describe los rincones de esta compleja edificación que reúne vestigios de diferentes épocas, y cuyos muros han sido testigos de grandes acontecimientos en la historia de España.