A los veintiocho años, tras una década de borrachera y bohemia, el poeta sevillano Javier Salvago dejó el alcohol y tuvo que volver a aprender a vivir y -lo que quizá fuera más duro para él- a abrirse camino en el mundo laboral sin más armas que la poesía, puesto que, a los dieciocho años, en plena fiebre utópica del 68, decidió abandonar los estudios y echarse al camino para doctorarse en la universidad de la vida. El libro, en tono desmitificador e irónico, narra sus dificultades hasta conseguir finalmente encontrar trabajo como guionista del famoso programa de Jesús Quintero El Loco de la Colina, luego de haber ganado el Premio de Poesía -Rey Juan Carlos I-, y su posterior peripecia profesional y vital en el mundo de la comunicación -sin dejar del todo la poesía, pero alejándose de ella un poco más a cada paso- junto al popular presentador de radio y televisión, colaboración que ya dura treinta años. Pero Salvago no sólo ha trabajado con Quintero. Lo ha hecho con otros grandes de la comunicación de este país, como Encarna Sánchez e Iñaki Gabilondo, y, más fugazmente, con Carlos Herrera. Su conocimiento del medio y de sus personajes, que ha podido contemplar siempre con la perspectiva no del periodista, sino del poeta, da pie a curiosas observaciones sobre un mundo -la popularidad, la fama, el poder- poblado, según él, mayoritariamente por psicópatas.
Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950), guionista de radio y televisión, columnista, escritor y, sobre todo, poeta. Ha publicado ocho libros de poemas que han merecido premios como el Luis Cernuda, el Rey Juan Carlos I y el Premio Nacional de la Crítica. Su poesía casi completa fue recogida en Variaciones y reincidencias (Renacimiento, 1997) y existen también varias antologías de su obra, entre las que podemos destacar La vida nos conoce (Renacimiento, 2011), seleccionada y prologada por Juan Bonilla. El coloquialismo, la ironía, el tono menor y la aparente sencillez, la máxima intensidad poética con una gran economía de recursos -poesía -austera, directa, libre de babosa emoción-, como quería Ezra Pound-, el dominio técnico, la musicalidad, una cierta desolación y un pesimismo realista que no le impide saborear lo bueno de la vida, aunque consciente de que nada importa nada y nada dura, son algunos de los rasgos que se han destacado en una poesía que busca, a la manera de Juan Ramón, -la depuración constante de lo mismo-. Como memorialista, se estrenó con Memorias de un antihéroe (Renacimiento, 2007), primera parte de la historia de su vida, que aquí se continúa.