Al filo del Viernes Santo, inciensos angelicales perfuman la ciudad haciéndola testigo de la espera más anhelada: la Madrugá. Dios todo lo puede y Sevilla así lo espera. La ciudad despierta del letargo de todo un año de impaciente expectación para sumergirse de nuevo en el más bello de los sueños. Ese que trae una noche donde se desatan todos los sentimientos religiosos de los sevillanos. Las hermandades más señeras de la Semana Santa hispalense ponen rumbo un año más a la Catedral de la memoria. Sevilla se convierte en excepcional testigo de cómo la vida le gana el pulso a la muerte, de cómo las tinieblas son vencidas por la luz, de cómo la Esperanza lo inunda todo.