¿Qué podemos aprender de la democracia griega? Esa fue la cuestión crucial que se hicieron lectores radicales como Foucault, Castoriadis o Rancière en la década de los años setenta. En un contexto de crisis, la vieja democracia ateniense se ofrecía como un marco privilegiado para pensar las posibilidades de la democracia, precisamente allí donde nació nuestra experiencia de la misma. En la revisión y lectura que el pensamiento francés elabora del legado político de la antigua Atenas, el autor contempla la participación democrática como el único remedio contra la degeneración de los expertos en tecnócratas, de los dirigentes en elites, de la ciudadanía en sostén pasivo del secuestro de la esfera pública. Solo desde el retorno a Atenas podremos hablar del final del siglo XX y de nuestro presente en el XXI.