Roque Dalton sentía una «necesidad expresiva acuciante». Porque no quería tener que despedirse un día de las letras sin antes rendir homenaje al «hombre más grande de este siglo», al pensador que tanto le había determinado. Así concibió «Cuaderno Rojo para Lenin», como una muestra de admiración hacia el creador de la «revolución permanente».